14 junio, 2009

Papelería

Cuando eres actor y te toca encarnar a un drogadicto, a un mafioso, a un terrorista o a un maltratador, no pasa nada, porque para eso vives de la interpretación. Delante de la cámara eres lo que te pidan y al salir del camerino vuelves al tío normal de siempre.

Otra cosa es cuando en el cásting te eligen como "feo", "gorda#3", o "enano" (este último caso da lugar a una de las escenas más memorables de la insuficientemente reivindicada Vivir rodando (Living in Oblivion, Tom DiCillo, 1995). Por mucho que te desmaquilles, conseguirás abandonar la ficción, pero la fealdad, los kilos de más o el enanismo no te los quita nadie. Aunque, por otra parte, es algo con lo que uno ya vive antes de que se lo canten en la audición; que los espejos, las básculas o las cintas métricas no van tan caros.

Y lo que ya es una putada de las gordas es que te elijan como viejo pellejo en su versión terminal, que es algo así como una sentencia de muerte. El caso más sonado es el de Jason Robards, que tras interpretar a un enfermo de cáncer de pulmón en las últimas etapas de la enfermedad en Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999), falleció al año siguiente víctima de la misma enfermedad, que aún no se había manifestado durante el rodaje.

Al menos ahora tienen el detalle de solucionar con efectos especiales el conflicto, como en El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, David Fincher, 2008), donde el papel de moribunda postrada en la cama le cae a la propia Cate Blanchett, casi irreconocible.

Vale que así la cosa queda menos creíble e incluso involuntariamente cómica, pero es que menudo papelón (no pun intended) lo de decirle a alguien que lo ves ideal para el papel de vegetal encamado.

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