27 agosto, 2011

Discriminación por razón de sintagma

No solemos detenernos a pensar en ello, pero ser preposición es bastante mierda. Sustantivos y adjetivos se pueden pavonear por ahí de que tienen género y número, salvo algún que otro ejemplar rarito (el maquis bastante tiene con ocultarse en el monte, qué van a andar pensando en virguerías). Incluso los determinantes, lo más parecido al niño tonto con padre rico, el que tiene simultáneamente la Playstation 3 y problemas para que la saliva no arroye a lo largo de su barbilla, disfrutan de esa riqueza.

Pues la preposición se queda sin número (para pensar en orgías están ellas) ni género. Hasta el ficus se lo pasa mejor que ellas, así de jodidas andan. Algunos estudios les adjudican una descendencia a través de gemación, pero todo apunta a que la comunidad científica trata de hacerles un favor, de sacarles de ese apuro disimulando sus miserias.

A pesar de la inmunda existencia preposicional, este Harlem sintáctico todavía tiene tiempo para desarrollar subclases, para oprimir al hermano en lugar de aliarse con él. Cuando durante y mediante quisieron sumarse a la fiesta (vete tú a saber por qué: como quien se hace deshollinador), llegaron a la rave la mar de felices, al ver que sus nuevas compañeras podrían ser un poco muermo, pero al menos eran ordenadas, ahí todas por orden alfabético. Para no estropear la presentación, para no pisar el suelo de la cocina, que estaba recién fregada, se situaron respetando ese criterio, colocándose la una por la de, entre desde y entre, y la otra por la eme, en el huecazo que había formado entre hasta y para.

Al principio distraídas y silbando, en su ingenuidad, no tardaron en percibir las miradas y los codazos entre las demás, que acabaron por traducirse en un toque de atención por parte de bajo, la más fascistona de todas, que les hizo notar su error: el convenio indicaba claramente que el orden alfabético solo se aplicaba para los vocablos con una determinada antigüedad; los recién llegados tenían la alternativa de, bien ponerse al final, bien irse (esto son palabras suyas, que no suscribo en absoluto) a tomar por el culo. Obviamente, cuando, ya más tarde, llegó vía, sola, las caras la amedrentaron y ya se puso ella en la cola sin que nadie le dijese nada.

Lo peor de ir al final no es el propio hecho del bullying, al que con el tiempo terminas por acostumbrarte, como a todo, sino el servir de herramienta para los cerebrines, los más pedantes de la clase. Los niños repelentes que, una vez enumerada toda la sucesión de preposiciones clásicas, el sector oficialista que detenta el poder, harán una pausa y, justo en el momento en que su interlocutor pretenda abrir la boca, añadirá "y también durante, mediante y vía", para demostrar que él no solo recita como un loro, sino que está al día de las notas de prensa de la RAE. Qué asco das, Sapientín: no te quejes cuando te roban el bocadillo.