20 febrero, 2011

Transmisión

Por mucho que uno se resista, llega un momento en el que cruza la frontera. Madurar no consiste en que le salgan a uno pelos aquí y allá, en sentar la cabeza, casarse y tener churumbeles, ni en nada parecido. La certeza de haber dejado atrás la juventud llega al escuchar cómo salen de la boca propia las frases que nunca pensaría que lo harían: me temo que, sí, me refiero a las frases de padres.

Estos terribles vestigios intergeneracionales dan lugar a herencias incomprensibles, donde todo está permitido. Da igual que tengamos un C2 de inglés, que nuestras cuerdas vocales olvidan de manera refleja la lengua de Chaucer para alimentar durante meses nuestras pesadillas a través de un "la cagaste, burlancáster". Nuestros padres tenían excusa, porque ellos no estudiaron inglés más allá del "verigüel, Manuel" o el "okei, Maquéi" (el último es de Leticia Sabater, así que no cuenta), pero es que nosotros sí sabemos pronunciar el nombre del protagonista de El gatopardo.

Las rimas trascienden el idioma inglés, y también nos encontramos con pareados que para sí quisieran Ángel González o Leopoldo María Panero. Que si "en fin, Serafín", que si "echa el freno, Madaleno". ¿Quiénes serían los tales Serafín y Madaleno? Nos da igual: lo que hace grande su memoria es el mérito que tiene que coincidiese su presencia en los hechos rememorados con la rima consonante. Porque si el freno lo hubiese echado Jeremías ya ves tú quién se iba a acordar de la jugada.

Y todavía hay más, porque las genialidades no se restringen a los cauces de la poesía tradicional, sino que, contemporáneas ellas, abrazan las inmensas posibilidades que ofrece el verso libre, donde la encargada de medir el nivel ya no tiene por qué ser Maribel, sino que se puede despedir uno de Lucas con lo que le sale del corazón (¡hasta luego!), sin amoldar sus emociones a unas formas caducas.

Tiene cabida incluso la abstracción, cuyas desafiantes formas hacen que los academicistas se rasguen las vestiduras: ¡ni hablar del peluquín! El genio detrás de esa expresión pretendía, sin duda, alertar a la sociedad a propósito de la alienación a la que nos someten nuestros trabajos y la rutina de nuestras vidas.

Por supuesto, el legado que dejaremos a las generaciones venideras no se mide en libros, ecuaciones, películas, ni medicinas, sino en coletillas. En el año 2100, cuando un cuarentón repita, para su asombro, sin la menor idea de lo que significa, aquello de "la he liado parda", o "trata de arrancarlo, Carlos", sabremos que nuestra existencia no ha sido en vano.

La posteridad nos espera.

2 comentarios:

  1. Como atento lector que soy de su blog, me veo impelido a escribir para manifestar mi total identificación con los sucesos que relata.

    En la nación de donde vengo, sin embargo, son otros los usos y las costumbres, y por lo que veo también la génesis de las coletillas. País de campesinos, de payeses, por mucho piso que gasten en la esquina del Paseo de Gracia con la Gran Vía, traspúan ruralismo por los cuatro costados. Así se oye por nuestras calles: "tranquil, pernil!", "es broma, poma" e incluso "afluixa, maduixa!"

    Esto configura, junto con la escudella (plato nacional) y el Club Polideportivo más Laureado de Europa, los tres pilares básicos sobre los que se sustenta nuestro hecho diferencial.

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