25 noviembre, 2009

Festival de Gijón, días 4 y 5

Llega el ecuador del festival; no se referencia el martes, que queda como jornada de descanso.

Domingo 22

Between Two Worlds, de Vimukthi Jayasundara
Parece que no existe otro camino para el sudeste asiático más que la selva. Construida como una sucesión de diapositivas granguiñolescas que conducen desde la revolución social a la personal, demuestra una gran valentía a la hora de incluir escenas que, de seguro, provocarán que no sea suficientemente tomada en serio y quede relegada a un papel a la sombra de Apichatpong (el referente inmediato). Posición que no se merece la película con más fuerza de las que han atravesado esta primera mitad de festival.

Nikotoko Island, de Takuya Dairiki y Takashi Miura
Una cinta contemporánea, en la estela de la obra de Albert Serra, pero con una óptica más infantil y diálogos menos memorables que los del cineasta gerundense. La novedad reside en el punto de vista japonés, marcado por la ingenuidad y la magia, pero empieza a vislumbrarse un problema en el horizonte como se extienda la creencia de que por rodar a gente cruzando escenarios naturales en plano panorámico se consigue hacer carrera de festivales.

Mal día para pescar, de Álvaro Brechner
El protagonista de ¡Ala... Dina! sirve de conductor en este relato mezcla de comedia y drama sobre la decadencia de un luchador (muy original no es, efectivamente). Todo muy correcto y olvidable, con excepción de algunos destellos que aparecen en el tramo final: la entrada en escena del sudor (en la frente del trilero) y la sangre le hace muy bien. La localización rural queda relativamente desaprovechada a pesar de que se incide en el retrato de tipos, pero de una forma excesivamente somera, salvo para los dos protagonistas.

Lunes 23

Welcome, de Philippe Lioret
Amnistía Internacional erró el tiro al elegir como representante en este festival a Francesca: mientras que allí simplemente se trataban problemas intestinos rumanos, Lioret carga las tintas sobre las leyes de inmigración francesas, así como sobre las actuaciones policiales en esta materia. Más allá del agradable discurso político, la trama remeda (nuevamente) El buscavidas, con el antiguo campeón de natación convertido ahora en maestro de un ilegal que pretende cruzar a nado el paso de Calais, al tiempo que ambos tratan de salvar sus relaciones. Mil veces vista, pero todavía disfrutable merced a su humildad y buen hacer.

Blow Horn, de Lluís Miñarro
En el coloquio posterior a la proyección, uno de los asistentes le comentó al productor y director que le había encantado, y aprovechó para preguntarle varias dudas que le habían surgido a lo largo del filme, contrastándolas con artículos de la revista "Cuadernos de budismo". Para los que no tenemos ni repajolera idea de los pormenores de esa religión, el largometraje se queda en un documental de La 2 (Otros pueblos) con torpeza artie añadida que hace imposible disfrutarlo incluso desde esa perspectiva. Y no será, desde luego, porque la fotografía (a cargo de Farnarier) falle o las imágenes no sean bonitas: simplemente no interesa ni mucho menos fascina.
Resaltar el detalle del incienso quemado en la sala por Miñarro antes de que la película comenzase.

La mujer sin piano, de Javier Rebollo
A pesar del temible adelanto que preparaba no hace mucho Cahiers du cinéma en su versión española, los dos puntos que hacían a uno temer resultan ser pan comido: Carmen Machi no es Aída y el discurso político sacado de Los guiñoles de Canal+ se lo reservó Rebollo casi en su totalidad para el encuentro con el público.
Los problemas de esta especie de relectura de Vendredi soir son bien distintos: el empleo de localizaciones reales y reconocibles para que el desangelado desarrollo resulte aún más marciano no acaba de tomarse en serio a sí mismo; pero es que ni siquiera lo pretende, porque está construido como una comedia, parece. Su director la describía como una mezcla de este género y el horror, aunque finalmente resulte poco cómica y más tirando a horrorosa.

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