Hay gente desconfiada que no comulga con lo de que la primera impresión sea la que verdaderamente cuenta; ingenuos de ellos, creen que concediéndole una segunda oportunidad a la gente van a descubrir facetas que se les habían escapado. Nada más lejos de la realidad: la primera respuesta que marcas en el examen es siempre la correcta, y uno debe permanecer impasible ante las dudas que surgen a posteriori y que solo conducirán a error.
Un escenario ideal para calar a completos desconocidos se encuentra en el nunca suficientemente ponderado mundo de los turnos de preguntas y, especialmente, en la forma en que se introduce la cuestión.
El primer superconjunto en el que se puede clasificar al público comprende a los acaparadores: los posesivos que quieren dejar clara la autoría y comienzan especificando a lo grande: "Mi pregunta".
De entre ellos, se extraen tres variedades cuya diferenciación radica en el tiempo verbal:
La persona normal, sin taras mentales, el hombre apto abre con "Mi pregunta es". Dispara en presente de indicativo, como corresponde a una acción que se está desarrollando. A pesar de su excesivo celo en marcar territorio con un posesivo, nos podemos fiar de él.
A continuación viene aquel que pena durante toda la conferencia, incapaz de lograr que el moderador se percate de su mano levantada, a pesar de que gesticula todo cuanto es capaz. Cuando la ronda está cercana al cierre, y ya convencido de que aquello que le ha costado tanto elaborar se volverá a casa con él, llega de manera inesperada su turno y se siente obligado a hacer notar que aquello no lo ha preparado a última hora, sino que lleva un rato largo jodidísimo con la incertidumbre. "Mi pregunta era". Pretérito imperfecto, porque es algo que corresponde al pasado, y que se recupera como favor especial al resto de espectadores, a pesar de la afrenta que había supuesto no darle paso a este genio antes. Cuidado con esta gente.
El capítulo se cierra con el taxón más peligroso, compuesto por completos dementes, de los que no saben distinguir el bien del mal ni la realidad de la fantasía edificada en su mente. La sobredosis de World of Warcraft los ha dejado tan tocados que son incapaces de separar sueño de vigilia, creen que la cuestión que sale de su boca solo la escucha la mente del monstruo donde habitan. "Mi pregunta sería". En condicional, con dos cojones, como si no la estuviesen planteando en ese preciso instante. Alguien que no consigue delimitar correctamente el plano de lo hipotético es alguien que delira. Evitémoslos, aislémoslos de la sociedad sana, no permitamos que contaminen nuestra cordura con su enajenación.
Fuera del "mi", aunque sin salir de la primera persona, está el segundo epígrafe, el "qué hay de lo mío". Aquí incorporamos a todos los aficionados que, sin asomo de rubor, le cuentan a todos los presentes que ellos también hacen cortos. El ejemplo que he elegido no es inocente, dado que, a pesar de lo multidisciplinar de esta categoría, los cortometrajistas pasan por ser los arquetipos de latoso. No contentos con promocionar su obra, intentarán que el interlocutor contribuya a la publicidad. Él, saliendo como puede del paso, los conminará a un "hablamos luego", que, a pesar de su voluntad de zafarse llegado el momento, siempre acaba llegando.
Por último, queda el marciano. Una perspectiva cenital del patio de butacas es suficiente para identificar inmediatamente a los sujetos de este ramo antes de que siquiera abran la boca. Si todo el mundo va de traje, ellos irán de chándal y viceversa. Sin que su condición exógena los desanime, o precisamente para demostrar que se encuentran en la onda del evento, nunca dejarán pasar la ocasión de coger el micrófono para comentar algo que, invariablemente, presentarán a través de la sinceridad: "yo no sé mucho de esto, pero", "a mí el arte contemporáneo tampoco te creas que me gusta gran cosa" o el más temible de todos, "en mi época".
Mi consejo es que, ya conscientes de que todos los ojos se posarán en vosotros en cuanto toméis la palabra, nunca preguntéis nada y disfrutéis analizando a los pobres diablos que ignoran el escrutinio del que son objeto.
11 junio, 2011
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