16 mayo, 2011

Acciona

Se conoce que a lo largo de estas semanas preelectorales se ha puesto de moda el verbo reaccionar, impulsado desde el progresismo institucionalizado como patrón de actuación ante el imparable auge de la derecha popular, paralelo al declive de los ocho años con Zapatero al timón, navegando a través de las agitadas (el manual del articulista modosito indicaba que aquí emplease "procelosas", pero he decidido jugármela) aguas de la crisis.

Por un lado, está el libro editado por Aguilar; por el otro, la iniciativa con forma de hype capitaneada por Iñaki Gabilondo, que no acaba de encontrar su sitio (quizá es que no tenga otro) desde que abandonó el Hoy por hoy. Aunque el primero opte por el pañuelo palestino y el segundo se coloque la chaqueta de pana, su óptica no difiere en gran medida: mensaje humanista (nosotros podemos) y contra la clase política (pero ellos no).

La acuñación del término reaccionario no es casual y echa sus raíces directamente en la tercera ley de Newton: toda fuerza lleva aparejada otra de idénticos módulo y dirección, pero sentido opuesto.

En manos del ciudadano, del votante, queda elegir si ejercerá fuerza o la contendrá, si empujará o tirará. Decantarse de manera rotunda en uno u otro sentido constituiría un absurdo, si tenemos en cuenta casos extremos como la lucha contra el nazismo, o el cortafuegos social que se llevó a cabo en la segunda vuelta presidencial francesa de 2002 que enfrentó a Chirac con el racista Le Pen, donde socialistas y comunistas pidieron el voto expresamente para el conservador, ante la amenaza que suponía su alternativa.

Sin embargo, en condiciones donde el Estado de derecho se encuentra completamente garantizado, con una separación de poderes que se debe agradecer incluso cuando más duele, y esto es en los casos cuyas pruebas para demostrar una obviedad no presentan la consistencia necesaria; en un escenario así, insisto, no cabe el actuar "contra". La crisis no se soluciona (quizás la del PSOE se mitigue) con la renuncia de Zapatero ni con la caída socialista. Ni siquiera con un retroceso simultáneo del Partido Popular, o con la nacionalización del Banco Santander.

En el ámbito autonómico, la actitud positiva es legislar, planificar, invertir, gestionar, mientras que la reaccionaria consiste en mirar al vecino y pedir lo mismo, aunque no se desee, colocándose el traje regional con un poco de asco para que desde la capital vean que nosotros también somos peculiares y necesitamos unos durillos para sostener nuestro hecho diferencial con forma de boina.

A esta postura, por asignarle un nombre así, al azar, podríamos llamarla "política de las anchoas". Y en Asturias no queremos anchoas. Gracias, pero no, gracias.

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