En cosa de una semana se acaba la década. Otra vez. Porque una cosa buena que tienen las décadas y les falta tanto a los años como a los siglos es lo de que empiezan y acaban cuando se le pone a uno en los cojones.
Este tema, quizá el más polémico y menos recomendable para la mesa de Nochebuena, enfrenta dos posturas irreconciliables: para empezar, la de aquellos que comprendemos la naturaleza abiertamente no ordinal de esta etiqueta, que solo permite manejar en cada instante diez elementos (a día de hoy, desde los años veinte del siglo pasado hasta los diez del presente) y que establece sus límites, por pura convención, a partir de la cifra de las decenas del año. La RAE y la Wikipedia están con nosotros. Lo dejo como dato.
Y, por otro lado, la de los mamarrachos que pretenden contradecirte tomando como base un supuesto rigor matemático que, siempre según sus argumentos, dada la inexistencia del año 0, obligaría a que las décadas comenzasen en el año 1 y, por tanto, fuesen del 1 al 10, del 11 al 20 y así sucesivamente, hasta llegar desde 2001 hasta 2010. Estos despreciables listillos guardan bajo la manga un arma secreta con la que pretenden desbaratar tu argumentación: la pregunta "¿Entonces cuál es la primera década después de Jesucristo?". Cuya respuesta no podría ser más sencilla; la que comprende desde el año 10 hasta el 19. Ahora que me expliquen ellos cómo es posible que el año 1960 no se incluya en la década de los sesenta. Si tienen huevos.
De todas maneras, y a pesar de la repugnancia que me produce el segundo grupo, ya adelanto que este año no solo cerraré el período en Loquemola con el resumen de lo mejor y peor acontecido durante los últimos 365 (el tema de los años bisiestos daría para diez entradas, por lo menos) días, sino que a esa crónica la seguirá otra de la última década. Pero la buena, la que acabó en 2009 y sobre la que no escribí en su momento por el simple hecho de que me restaban demasiadas películas, demasiados discos y demasiados acontecimientos por ver, escuchar y analizar. Ahora es la ocasión.
Alguien podría tacharme de oportunista e interpretar que me subo a un carro en el que ni yo mismo creo por mera conveniencia. Estará solo un poco en lo cierto.
24 diciembre, 2010
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