02 diciembre, 2006

Festival de Gijón, días 4, 5, 6, 7 y 8

26 de noviembre

Slumming, de Michael Glawogger
Típica película con voluntad de transgredir pero que cree que lo conseguirá gritando más, y se queda con las ganas. De todas maneras, algún detalle la salva de la mediocridad más absoluta.

Los muertos, de Lisandro Alonso
Hombres como Alonso son el futuro del cine. Un viaje impresionante de poco más de una hora acompañando a Argentino Vargas en busca de la realidad que abandonó hace treinta años, cuando ingresó en prisión, que él supone igual que siempre y que, salvo el cambio generacional, efectivamente apenas ha variado. Cine de verdad.

Juventude em marcha, de Pedro Costa
Y si Alonso es el futuro, Costa es el presente. Una película de tres horas puede asustar al espectador ocasional (de todas maneras, fue una de las cintas con menos deserciones de todas a las que asistí, pero es que la media estaba bien alta), pero es que todo lo que se cuenta aquí necesitaría normalmente treinta horas. O treinta segundos, quién sabe. Maravillosa.

28 de noviembre

Salmo rojo, de Miklós Jancsó
Uno de los panfletos comunistas más emocionantes que se pueden realizar. Nunca la colectivización dejó una masa tan poco informe y tan humana.

La pasajera, de Adrzej Munk
Estupenda reconstrucción de una historia de sentimientos desbordados en un campo de concentración, vista además desde los ojos de la vigilante alemana, que conserva muchísimo de lo que podría haber sido si su director hubiese vivido para terminarla, aunque la reconstrucción no sea excesivamente elegante.

Fantasma, de Lisandro Alonso
Con Fantasma, Lisandro radicaliza aún más su cine y cuenta aún menos, ya que sitúa la acción en algo que nos resulta menos sorprendente (el edificio de un teatro/cine), en principio, aunque las interacciones de sus dos protagonistas previos con el complejo acaba siendo igual de fascinante. Para la polémica, los tres minutos de pantalla en negro, que fueron de lo más comentado en el coloquio previo con el director, que más interesante no pudo ser.

29 de noviembre

Flandres, de Bruno Dumont
Lo último de Dumont es lo de siempre, aunque esta vez parezca algo distinto por trasladarse a un campo de batalla. Sin embargo, la guerra simplemente funciona como elemento para resolver los conflictos emocionales que surge en un pueblo tan dumontiano como los de La vie de Jesus y L'humanité. No decepciona.

30 de noviembre

Los amores de una rubia, de Milos Forman
El Forman americano tampoco me entusiasma, pero no logro encontrar ninguna de las virtudes allí presentes en una cinta bastante inmadura y que queda a la altura del betún con sus compañeras de sección en el festival (Wajda, Jancsó, Paradjanov...).

Cenizas y diamantes, de Andrzej Wajda
Poco se puede decir ante esta obra maestra. Probablemente, lo mejor de la retrospectiva de nuevos cines soviéticos, aunque tampoco ningún descubrimiento del festival. Aunque sí para mí, que no la había visto.

I don't want to sleep alone, de Tsai Ming-Liang
Filme extremo que polarizó al público (más de la mitad se fue, y la mitad de los que se quedaron, era solo para ponerla pingando a la salida) y que dudo que haya sido superada por ninguna de sus competidoras en la sección oficial, en la que acabó llevándose un premio especial del jurado que parece indicar imploraciones a sus componentes por parte de Cienfuegos para no quedar como la chata un año más y que los premios se los lleven todos películas intrascendentes. Y, desde luego, "intrascendente" no es el adjetivo que usaría para describir esto.

1 de diciembre

La leyenda del tiempo, de Isaki Lacuesta
Gracias a la presencia como director del jurado de Lacuesta, pudimos disfrutar en Gijón con esta cinta que no se había estrenado en Asturias y que estaba a la altura de las expectativas que me había creado a raíz de los comentarios que sobre ella había oído. No es fácil lograr una buena historia protagonizada por niños y Lacuesta lo consigue. También es habitual el ridículo de los directores occidentales cuando emplean actores orientales para lograr un tono más místico (supongo). Y Lacuesta está cerca de conseguirlo.

Twentynine Palms, de Bruno Dumont
Fascinante. Una historia que parece transcurrir calmada, acaba como el rosario de la aurora y al final acaba apareciendo de la sensación de que las escenas más extremas no son las del último cuarto del hora sino las del resto de la película. Si hay que ponerle un nombre a este festival, ése es el de Dumont.

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