24 enero, 2011

Mejor programa de televisión 2010: Cualquier tiempo repuesto fue mejor

El corpus central de mi teoría, que llevo años edificando, demuestra que, a pesar de que los aplausos siempre se los lleve el payaso tonto, la viga maestra del circo la soporta el payaso serio: no tendría sentido el otro sin el uno, pero mucho menos el uno sin el otro. Quiero decir, llevo años, pero todavía no está para sacarla del horno; esto es solo un adelanto.

Uno de los ejemplos indiscutibles para ilustrar mi posición lo constituyen Javier Capitán y Florentino Fernández, la pareja que presentaba hace una década uno de los grandes pelotazos de la fórmula Globomedia (la receta que articula todos los magazines actuales, salvo los de La 2), El informal. Aquello se agotó, como pasa con todo producto audiovisual menos con Cuéntame, y toda la gente que se reía con Fernández pasó a odiarlo cuando abandonó el apellido y adoptó su nombre de pila. De su contrapartida no se tienen demasiadas noticias, pero tampoco parece que a él nadie lo odie a muerte. Que ya es algo.

Y el otro viene a partir del tándem Javi Martín-Juanjo de la Iglesia que escudaba a El Gran Wyoming en el primer ariete con el que la productora de Emilio Aragón trazó (para mal) las líneas maestras de la televisión española contemporánea. En este caso, la invisibilidad post-éxito le cae más de lleno al primero, mientras que el segundo ha continuado cultivando el humor inteligente (también conocido como "humor de sonrisa", eufemismo de sin gracia) en autonómicas y cadenas menores (Telemadrid y Localia) con un estilo elegante y agradable, lo que, a día de hoy, ya es bastante decir.

Una de estas aventuras que han pasado desapercibidas para casi todos es el concurso El tramposo, cuya emisión original, a cargo de la emisora pública madrileña, data de 2006, pero que recupero un lustro después para otorgarle este premio (que, no lo niego, también tiene algo de típex, subsanando torpemente un olvido pasado, aunque no de manera tan clamorosa como el Oscar a Scorsese por Infiltrados), aprovechando su redifusión a través de la edición satélite de este canal.

El formato, cuyo origen desconozco, aunque canta a importado, se caracteriza en esta ejecución por una austeridad inusitada en el medio televisivo (desde los tiempos de Al habla, que ya me ocuparé de reivindicar en otro momento), con un plató sin apenas decorados y, mucho menos, bailarinas cantando una canción en playback para introducir cada juego. Si el Grand Prix de Ramón García representa la burbuja, esto es un menú anticrisis; previo a la crisis, encima: un adelantado a su tiempo.

Los participantes tienen que contestar unas preguntas memas cuyas respuestas son conocidas por uno de ellos, el tramposo de marras, que deberá aprovechar su ventaja sin pasarse, para que sus compañeros no lo cacen. Al final de cada ronda, la democracia entra en juego y cada uno vota a la persona de la que sospecha, expulsándose al concursante con más menciones.

A pesar de lo poco atractivo de la dinámica y del envoltorio que la contiene, El tramposo es un estimulante de potencia superior al más vibrante de los partidos de fútbol: un espectador comedido puede verse recogiendo su monóculo tras agitar los brazos ante la torpeza de los contendientes que se muestran incapaces de reconocer las señales manifiestas de trampas que él había advertido desde casi el comienzo.

El signo de los tiempos, donde, paradójicamente, el televisor se caracteriza por la total exhibición y la nula capacidad de observar, determinó el fracaso de este espacio, condenado a sobrevivir dosificado en el tiempo, siguiendo la calma chicha que marca la batuta de Juanjo de la Iglesia.

Palmarés
2009 - Ilustres ignorantes
2008 - El comisario
2007 - Desierto
2006 - Noche sin tregua

No hay comentarios:

Publicar un comentario