29 junio, 2011

Risa

Cuando Ferran Adrià deconstruye la aceituna, esferificaciones mediante, vosotros hacéis así con la cabeza como que lo entendéis, pero, como sois unos berzas, hay que explicaros en qué consiste todo: deconstruir significa quitarle las capas a la cebolla, pasar del artefacto a la molécula, llegando hasta el quark; alcanzar a comprender el fenómeno de una manera tan íntima que uno se encuentre en condiciones de volver a juntar el rompecabezas si lo considera oportuno. Los reclutas no montan y desmontan el fusil, sino que terminan por conocerlo a la manera de los griegos: lo deconstruyen.

Una vez presentado el concepto, empezando por el glosario, como Dios manda, pegamos un salto hacia atrás, desde el duodécimo arte, la cocina, hasta el décimo, los chistes (el undécimo lugar lo ocupa, claro, Roger Federer).

Que los mecanismos del humor resultan inextricables es algo que se tiende a aceptar como axioma desde el que se desarrolla toda la teoría de la risa, pero, pertrechado del mecanismo que acabo de extraer de la chistera, trataré (aquí va la línea maestra del discurso que voy a defender) de demostrar que sí es posible estudiar qué activa la carcajada.

Para la demostración, he elegido un chiste de una de las sagas consideradas clásicas dentro de este mundo: Jaimito, que le ganó finalmente a los puntos a la también muy profusa casa de Lepe. Con el objetivo de eliminar cualquier sesgo que pudiese aparecer, no lo cuento yo, sino que he recurrido a Google para encontrar a un aficionado que lo contaba delante del público casual presente en un foro de discusión. Empiezo.
Esto es Jaimito que esta en su casa y le dice a su madre
Introducción correcta, con uno de los clásicos para hincarle el diente, "esto es". Como el protagonista es Jaimito, toda presentación adicional está fuera de lugar. Llega ya la primera falta de ortografía: una simple tilde ante la que, viniéndosenos encima lo que se nos viene, procede casi hacer la vista gorda.
-mama, mama, puedo acostarme con tigo?
Nos sorprende el primer bofetón: es un chiste sobre el incesto y la pederastia o, en el más amable de los escenarios, el estupro. Jaimito, un niño, un varón al que la pubertad le queda aún muy lejos, de repente sale con la ocurrencia de, nada menos, follarse a su madre. Joder, qué apurón va a pasar esa mujer para explicarle que eso no puede ser.
-bueno pero solo hasta que venga tu padre.
¡Toma del frasco, Carrasco! Oye, que me voy a follar a mi hijo, pero solo un rato, eh. Como quien no quiere la cosa. Es un monstruo no solo carente de moral, sino también de discernimiento, que acepta como natural la petición del chaval suyo y accede al capricho para no negarle el gusto, como quien le compra un Pokémon a un nene para que deje de llorar. Es incapaz de separar el bien del mal.
Despues de un ratito llega su padre.
Un ratito: la utilización del diminutivo cuando lo que está ocurriendo en esa casa es lo más repugnante que la mente humana puede imaginar. Una violacioncita, un atentadito, una epidemita: no se pueden emplear recursos cariñosos para conceptos tan inicuos, resulta contrario a la ética del lenguaje castellano.
-jaimito corre escondete en el armario.
Eso, oye. Escóndete, que igual tu padre se enfada si ve que me estoy follando al proyecto que concebimos en común. O no: viendo cómo es esta familia, igual se une a la fiesta.
Jaimito tubo un problema, se pillo el pito con la puerta del armario.
Pero, pedazo de animal, ¿no ves que ese es el menor de sus problemas? Vive en una familia desnaturalizada con una madre que lo viola y un padre que está demasiado ocupado con sus asuntos como para darse cuenta de lo que está ocurriendo a su alrededor. Todos los gentiles nos hemos pillado el prepucio con la bragueta en una u otra ocasión y, aunque moleste en el momento, se pasa al rato sin dejar secuelas ni suponer tratamiento sicológico durante el resto de una vida.
-carino que es esto que hay en el armario?
Podría haberle preguntado qué hace en la cama a las seis de la tarde, toda despeinada y por qué la habitación tiene un olor divertido, pero este señor es muy curioso y le preocupa antes la novedad que esas otras anécdotas que, probablemente, no revistan mayor importancia.
-una radio nueva.
Cuando ya pensabas que tu suspensión de la incredulidad había atravesado exitosamente las más duras pruebas que la ficción psicodélica puede concebir, llega el rien ne va plus: una radio que está dentro del armario pero cuya rueda para seleccionar el dial queda en la mano exterior, justo en la franja en la que confluyen ambas puertas, unida por sabe Dios qué cable o tecnología inalámbrica al receptor. Y que tiene forma de capullo, algo que, una vez asumido todo lo anterior, casi nos lo podemos tomar como lo más natural del mundo.
-voy a provarla.
Cornudo a manos de su propio hijo menor de edad, el padre también tiene otras facetas: se trata de un hombre de ciencia que prefiere no responder a la ligera a todos los interrogantes que se planteaban a propósito de ese extrañísimo transistor sin antes haber experimentado en la medida de lo posible. El método científico: unas vueltas a esa rueda. Ingeniería inversa.
despues de haverle dado unas vueltas...
Ojo, que aquí se acota una circunstancia que afecta al transcurrir del chiste, pero sin acompañarla de un verbo de acción. No es un "Después, dijo Jaimito", sino que el barroquismo analfabeto con el que se viene formulando la chanza ejecuta una nueva vuelta de tuerca (con perdón: je, je) e introduce en escena un recurso recuperado desde los tiempos del cine mudo: el intertítulo.
-Radio nacional jaimito una vuelta mas y me jodes el pito.
La punch line: una puta rima. He atravesado el horror para esto, para que Godot no llegue.

Una vez concluido, llegamos a la certeza de que el componente incestual no guardaba relación alguna con el tronco de la obra, sino que se articula a modo de desconcertante accesorio cuyos objetivos no quedan demasiado claros: a través de esta cortina de humo, el espectador pierde la noción de la trama principal y se pierde en un mar de reflexiones al tiempo que la pieza alcanza el cénit de la puta rima.

Yo solo quería echarme unas risas, no que me jodiesen la vida.

El enlace. Ivanna, me repugnas.

11 junio, 2011

Mi pregunta

Hay gente desconfiada que no comulga con lo de que la primera impresión sea la que verdaderamente cuenta; ingenuos de ellos, creen que concediéndole una segunda oportunidad a la gente van a descubrir facetas que se les habían escapado. Nada más lejos de la realidad: la primera respuesta que marcas en el examen es siempre la correcta, y uno debe permanecer impasible ante las dudas que surgen a posteriori y que solo conducirán a error.

Un escenario ideal para calar a completos desconocidos se encuentra en el nunca suficientemente ponderado mundo de los turnos de preguntas y, especialmente, en la forma en que se introduce la cuestión.

El primer superconjunto en el que se puede clasificar al público comprende a los acaparadores: los posesivos que quieren dejar clara la autoría y comienzan especificando a lo grande: "Mi pregunta".

De entre ellos, se extraen tres variedades cuya diferenciación radica en el tiempo verbal:

La persona normal, sin taras mentales, el hombre apto abre con "Mi pregunta es". Dispara en presente de indicativo, como corresponde a una acción que se está desarrollando. A pesar de su excesivo celo en marcar territorio con un posesivo, nos podemos fiar de él.

A continuación viene aquel que pena durante toda la conferencia, incapaz de lograr que el moderador se percate de su mano levantada, a pesar de que gesticula todo cuanto es capaz. Cuando la ronda está cercana al cierre, y ya convencido de que aquello que le ha costado tanto elaborar se volverá a casa con él, llega de manera inesperada su turno y se siente obligado a hacer notar que aquello no lo ha preparado a última hora, sino que lleva un rato largo jodidísimo con la incertidumbre. "Mi pregunta era". Pretérito imperfecto, porque es algo que corresponde al pasado, y que se recupera como favor especial al resto de espectadores, a pesar de la afrenta que había supuesto no darle paso a este genio antes. Cuidado con esta gente.

El capítulo se cierra con el taxón más peligroso, compuesto por completos dementes, de los que no saben distinguir el bien del mal ni la realidad de la fantasía edificada en su mente. La sobredosis de World of Warcraft los ha dejado tan tocados que son incapaces de separar sueño de vigilia, creen que la cuestión que sale de su boca solo la escucha la mente del monstruo donde habitan. "Mi pregunta sería". En condicional, con dos cojones, como si no la estuviesen planteando en ese preciso instante. Alguien que no consigue delimitar correctamente el plano de lo hipotético es alguien que delira. Evitémoslos, aislémoslos de la sociedad sana, no permitamos que contaminen nuestra cordura con su enajenación.

Fuera del "mi", aunque sin salir de la primera persona, está el segundo epígrafe, el "qué hay de lo mío". Aquí incorporamos a todos los aficionados que, sin asomo de rubor, le cuentan a todos los presentes que ellos también hacen cortos. El ejemplo que he elegido no es inocente, dado que, a pesar de lo multidisciplinar de esta categoría, los cortometrajistas pasan por ser los arquetipos de latoso. No contentos con promocionar su obra, intentarán que el interlocutor contribuya a la publicidad. Él, saliendo como puede del paso, los conminará a un "hablamos luego", que, a pesar de su voluntad de zafarse llegado el momento, siempre acaba llegando.

Por último, queda el marciano. Una perspectiva cenital del patio de butacas es suficiente para identificar inmediatamente a los sujetos de este ramo antes de que siquiera abran la boca. Si todo el mundo va de traje, ellos irán de chándal y viceversa. Sin que su condición exógena los desanime, o precisamente para demostrar que se encuentran en la onda del evento, nunca dejarán pasar la ocasión de coger el micrófono para comentar algo que, invariablemente, presentarán a través de la sinceridad: "yo no sé mucho de esto, pero", "a mí el arte contemporáneo tampoco te creas que me gusta gran cosa" o el más temible de todos, "en mi época".

Mi consejo es que, ya conscientes de que todos los ojos se posarán en vosotros en cuanto toméis la palabra, nunca preguntéis nada y disfrutéis analizando a los pobres diablos que ignoran el escrutinio del que son objeto.